Querido Carnero...

“El lobo veía como su pequeño carnero volvía, poco a poco, a ser el de siempre…y se sintió triste”


Pasaron los días. Tanto el carnero como el lobo habían decidido secretamente no hacer el más mínimo comentario sobre su conversación, casi como si se tratara de un acuerdo mutuo del que no había la necesidad de hacer mención. Sería su secreto.

- Y ahora lobo… ¿qué te pasa?

- Pienso…

- Trata de no pensar demasiado. No me gusta que lo hagas…bueno, si, pero no me gusta la expresión que adoptas cuando lo haces.

El lobo rió por lo bajo, todavía sin poder acostumbrarse a la nueva forma de enfrentar las cosas que tenia su amigo.

- ¿Expresión?

- Si, es horrible.

- Soy un lobo…

- No es lo mismo ser lobo que estar triste.

En ese momento el lobo lamentó haberle dado demasiada libertad al carnero. Lamentaba, desde lo más hondo de su ser, haberlo vuelto independiente…lo suficiente como para que éste ya no lo necesitara. Se sentía egoísta.

- ¿No lo ves? Desde que sos carnero ya no necesitas que te defiendan…podés cuidarte solo. No me necesitas.

- Claro que si...

Ya no se sorprendía con las cosas con las que el carnero podía salirle…y es que, extrañamente, resultaba como si este pudiera meterse hasta en el más profundo rincón de su mente y dar vuelta el mundo del lobo, su mundo, a su antojo.

- No, no y mil veces no!

- ¿No entiendes?

- ¿Acaso tengo que entender algo?

- Pero claro, los lobos son tan estúpidos a veces…hay que explicarles todo. Te necesito lobo…tal como aquel atardecer en el que en aquella colina me enseñaste a ser carnero. Necesito que alguien sea lobo por mi ya que yo no puedo serlo…necesito saber que, en alguna parte, descansa aquella fuerza de la que carezco por completo.

Y por un momento pareció que el lobo había dejado caer una lágrima eso, o una gota de lluvia había caído de forma accidental desde el nublado cielo…casi como si este quisiera hacerle entender al carnero que no era él quien necesitaba. Sino el lobo.